Hoy os traigo la novedad más reciente de la editorial Naufragio de Letras, que a su vez es de autora nacional y es autoconclusiva (la novela, no la autora).

En un futuro quizás no demasiado lejano, ocurrió algo llamado El Accidente, que acabó con prácticamente toda la superficie terrestre, obligando a los supervivientes a vivir en una gran ciudad subterránea llamada Ysgrand. Esta involución en la sociedad les llevó a adoptar una jerarquía muy similar a la que se llevaba en el Antiguo Imperio Romano, donde la clase alta estaba muy diferenciada de la plebe, y éstos estaban tan explotados que hasta tenían que pagar, literalmente, por el aire que respiraban.
Debido a la vida que llevaban, cada vez más y más personas se unían a la Hermandad de Ladrones, en un intento de conseguir subsistir robando a los ricos.

Cuando escuché hablar de este libro, por alguna razón no quise saber nada de él para poder leerlo totalmente a ciegas, sabiendo, eso sí, que la novela contaría con once (11) perspectivas diferentes. Esto era algo que podía salir bien, o estrepitosamente mal, y me alivia y satisface haber descubierto que se dio el primer caso.
A fin de cuentas, es una novela que no sería nada sin estos personajes, y precisa de sus diferentes puntos de vista para completarse y complementarse.

En La ciudad de los ladrones se desarrolla una historia original y muy bien hilada, a pesar de tener un arranque tardío y que se toma su tiempo; por otra parte, es algo lógico y necesario, pues no podríamos conocer en condiciones a Lucrecia, Alec, Arawn, Vilma, Catania, El príncipe de la Duna, Jade, Brian, Iona y Ryder. Además, desarrolla de manera creativa, y mezclando temas medioambientales actuales, un "¿qué pasaría si...?" relacionado con Julio César y sus acciones políticas, y llevado a un escenario moderno obligado a comportarse como en una época más medieval.

Otra de las cosas que me ha gustado, es la naturalidad (la naturalidad de verdad) con la que se incluyen diversas razas y orientaciones sexuales. Cansa demasiado cuando se introduce a un personaje homosexual, y cuando hace alguna "cosa típica de homosexual", se deba soltar una parrafada reivindicativa de los derechos LGBT en cada momento, todas las veces. Por ello, sienta como un soplo de aire fresco la absoluta normalidad (porque de eso se trata, de normalizar, no de ponerles un foco) con la que conviven las diversas identidades.

El final es satisfactorio, y al mismo tiempo deja las cosas lo suficientemente abiertas como para dejar que sea el lector quien crea una continuación, o que dé pie para una secuela propiamente dicha.