Aviso desde ya que esta reseña está completamente libre de spoilers de entregas anteriores, y por ello es algo más corta (porque es muy difícil no desvelar nada, pero aun así podrás leerla sin haber leído la saga hasta ahora)

Tras el final devastador del libro tres, La llave de bronce, este cuarto libro comienza seis meses después de aquello, con Callum aún lidiando con la lucha interna que lleva y las consecuencias de sus acciones, así como las interpretaciones que sacan aquellos que le ven pero no le conocen. Por mucho que intente demostrar que no es alguien malvado, acaba en prisión igualmente.

Con ese final tan inesperado en la entrega anterior, algo que no esperaba en esta saga además, la espera para la salida de esta cuarta parte se hizo más cuesta arriba de lo que quería. A pesar de que los personajes tengan ya quince años y la acción sea más peligrosa, se sigue manteniendo el tono middlegrade, lo que agiliza de forma general la trama. 

Las comparaciones entre esta saga y Harry Potter son inevitables, y creo que esta cuarta parte es parecido a La orden del fénix, por cómo de oscuras se vuelven las cosas y con la rapidez con la que pasan. 

Una de las cosas que me gustan de esta saga es cómo se muestran los constantes acercamientos del protagonista con el mal. Call es una buena persona, pero tiene sus fallos y defectos, y es precisamente aquellas cosas buenas, las que nos hace vulnerables a lo malvado. Al mismo tiempo, no es un camino solo de ida: es posible hacer algo malo y labrarte tu camino de vuelta al buen camino, y no te hace necesariamente ser un villano por ello. 

El heroísmo se consigue con trabajo duro y está abierto a diversas interpretaciones.

Si encontrábamos giros inesperados en La llave de bronce, los lectores no se verán decepcionados con La máscara de plata; esperemos que la espera para el desenlace final con la quinta parte no se haga muy larga, y además se den respuesta a muchos interrogantes que quedan.