Morgan es una estudiante del máster en psicología forense y estudia cómo las víctimas son escogidas por sus agresores. Prometida con un hombre llamado Bennett, un día volverá a su apartamento para encontrarle brutalmente asesinado, presumiblemente siendo los asesinos los tres perros adoptados que tenía Morgan con ella: dos pitbulls, Chester y George, y un gran pirineo, Cloud.

Tras este inicio tan sangriento y movido, la historia pierde fuelle lentamente. Morgan comienza a dudar si sus perros cubiertos de sangre son realmente los culpables del asesinato, y sus sospechas no hacen sino aumentar sobre todo cuando descubre que Bennett le había estado mintiendo sobre absolutamente todo.
En la búsqueda de respuestas sobre la vida oculta de su amante y su brutal asesinato, Morgan tratará también de evitar que sacrifiquen a sus amados perros por haber sido declarados perros peligrosos y sospechosos de la muerte de Bennett.

Y es precisamente esta última parte la que más frena el desarrollo de toda la historia, que es la que realmente importa (averiguar datos sobre el supuesto Bennett y su asesinato); a veces, la "justicia canina" gana mucho más protagonismo que todo lo demás en el libro, aunque no es hasta el final donde esto toma algo de sentido, pero es un tanto anticlimático todo el conjunto.

Centrándose sobretodo en el tema de la sociopatía y la manipulación erótica, la novela tiene todos los elementos para pertenecer al psicothriller; por desgracia, la protagonista es un poco aburrida y el villano tiene la profundidad de un folio (así como su presencia como tal en la historia).
Sin embargo, me ha gustado un poco más por sentirme identificado de alguna manera con toda la historia en general, concretamente por un par de temas que se tratan, que ha sido lo que me ha mantenido enganchado a sus páginas.